Los jóvenes árabes han dicho basta. Han salido a la calle para decir que se merecen un futuro mejor. Que no tienen la culpa de haber nacido en países en los que la economía crece solo para unos pocos y en los que decir lo que uno piensa supone a veces jugarse la vida. Que ya no tienen miedo de salir a la calle. Porque no tienen tanto que perder. Porque gracias a Internet y a la televisión por satélite han visto que otro mundo sí es posible, pero sobre todo, porque las revueltas de Túnez y Egipto les han enseñado que no están solos. Que se tienen unos a otros. Se han propuesto darle un vuelco a la historia del mundo árabe. En Túnez han acabado con el eterno régimen del presidente Ben Ali. En Egipto, han puesto contra las cuerdas a Hosni Mubarak, un dirigente aferrado al poder desde hace 30 años. En Yemen, el presidente Abdulá Saleh ya dice que no se volverá a presentar a las elecciones. Argelia ha puesto fin a 19 años de ley de emergencia... Dicen los expertos que esto no es más que el principio. El cambio ha llegado y no parece haber marcha atrás.
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