LIENDA DEL ESTERU (Leyenda del Esteru)
Originario de Cantabria (zona de Ruiseñada, Comillas y Udias) y Asturias (Llanes), el Esteru es un personaje navideño tradicional, cuya función es llevar regalos a los niños en Navidad.
Se le caracteriza como un leñador de fuerte complexión y barbas abundantes, que usa boina y no se separa de su hacha y de su bastón.
Vive en los bosques de Cantabria y durante todo el año trabaja con ahínco cortando leña, tarea que interrumpe en los días previos a la Navidad, porque se toma un descanso para fabricar juguetes de madera que más tarde obsequia a los niños, bajando de los bosques a las zonas pobladas en compañía de su fiel ayudante, un burro, quien carga la bolsa repleta de regalos y los traslada a los hogares cántabros y asturianos.
En un pasado remoto, un hada bellísima de grandes ojos glaucos y cabellera rubia que caía cual cascada sobre sus hombros, paseaba por el bosque y se detuvo a la orilla de un río para beber y peinar sus dorados cabellos.
De improviso, oyó gritar a los enanitos que siempre la acompañaban, expresando que habían hallado entre unos troncos algo que se movía. El hada se acercó al lugar y encontró a un niño pequeño. Lo alzó y acunó entre sus brazos. Se lo mostró a los enanitos y les dijo que era un niño y que no lo podían dejar abandonado porque se moriría de frío, que era necesario buscar una casa y dejarlo al cuidado de humanos.
Nombró al bebé Esteru y le otorgó los dones de valentía y bondad para toda su vida, luego lo llevó hasta una casita en la que vivía un matrimonio sin hijos que estaba situada al otro lado del bosque. Depositó a la criatura ante la puerta y desapareció. El matrimonio se sintió felicísimo al encontrar al niño que fue criado con amor.
Con el devenir de los años, Esteru se convirtió en un mozo fortachón amable y muy bondadoso, haciendo muy felices a sus padres adoptivos. Ayudaba a su anciano padre a cortar madera desde la mañana a la noche, para venderla en los pueblos; gracias a su fortaleza la leña abundaba y con su venta no pasaban necesidades.
Después de muchos años los padres fallecieron. Esteru quedó muy solo. Poco a poco el tiempo fue labrando arrugas en su rostro y encaneciendo sus cabellos, la tristeza comenzó a cabalgar por su alma a medida que pasaban los años. Vivía en brazos del silencio el duelo de su corazón sensible.
Un día de improviso sintió el soplo ardiente de una idea: debía ayudar a los que necesitaban el socorro de un alma generosa. Recordó entonces que en la casa de un pueblo cercano vivían niños huérfanos, subsistían con cualquier cosa que la gente del pueblo les acercaba. Comprendió que las criaturas estaban solas en el valle de la vida, sin oír tan sólo una voz dulce y querida, sin tener en sus manos algo que alegrara su infancia...
Entonces, como era muy inteligente y muy hábil con las manos, se puso a fabricar juguetes de madera para ellos; se los alcanzaría cuando fuera al pueblo a vender su leña. Cuando terminó de hacerlos los puso en una bolsa que cargó en su único compañero: un burro.
Inició la marcha muy feliz, por la mañana anduvo cruzando montes y finalmente llegó al pueblo, los niños del lugar estuvieron muy contentos, sobre todo los huerfanitos. Esteru estuvo con ellos y les contó cuentos aprendidos en la niñez cuando su padre se los narraba durante las noches invernales. Desde ese día ya no se sintieron solos, tenían al buen amigo que los entretenía y les obsequiaba juguetes cada vez que los visitaba.
El buen leñador se hizo muy conocido en todos los pueblos de la región; cada vez que se acercaba a uno de ellos era rodeado de inmediato por decenas de niños que le sonreían y le demostraban su afecto.
Cierta vez sucedió que se desató una tormenta terrible, que asoló los pueblos y las montañas, el frío se hizo insoportable, los vientos destruían en su loco correr muchas casas, los truenos sonaban como tableteo infernal, la gente estaba muy asustada.
Ese día Esteru estaba yendo al pueblo y vio como un rayo cayó en la vivienda de los huerfanitos, que empezó a arder de llamaradas vertiginosas. Corrió entonces hacia allí y al llegar vio a algunos niños en una de las ventanas, pidiendo ayuda con gritos desesperados.
Sin vacilar entró a la casa y cubriendo a los niños con una manta, para protegerlos del fuego, los sacó a través de una ventana, salvándolos a todos.
Se disponía a salir cuando una viga del techo se le cayó encima, aplastándolo y su bondadoso corazón cesó de latir. Desde afuera los habitantes del pueblo, sabiendo que ya era imposible ayudarlo porque todo se había convertido en una pira ardiente, vertieron lágrimas de pesar por ese ser a quienes todos querían y respetaban.
Mas adentro de la casa en llamas, el hada que había encontrado a Esteru siendo un bebé, apareció y comenzó a llamarlo por su nombre y le dijo: “Esteru, tú has sido un buen hijo y un hombre lleno de fe y de bondadoso corazón. Dedicaste tu vida a realizar cosas por los demás y ofrendaste tu vida para salvar a los niños, por eso no quiero que mueras. Deseo que vivas siempre y que hagas juguetes y otros regalos que entregarás a los niños en Navidad. Los enanitos ofrecieron ayudarlo y así lo hacen desde aquel lejano entonces.
Cada Navidad, desafiando el frío y las nevadas, Esteru va por los pueblos llevando su bastón y su hacha y acompañado por su fiel burro cargado con una bolsa llena de regalos para sembrar la felicidad de los inocentes corazones infantiles. Hay quienes dicen que una luz sutil lo rodea, para iluminar su trayecto y que ésta no es otra cosa que el regalo del hada legendaria.
Esta historia ha sido recogida por Manuel Díaz Bracho, en el Valle de Ruiseñada (Comillas), en el año 1985. Los comunicantes eran una mujer y un hombre que llamaban Uca (Balbina Noriega Carabia) y Juanito (Juan Sánchez Alonso) que afirmaban haberla aprendido de sus padres.
Saludos Ñeros
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