Aquel martes de noviembre me levanté temprano sin nada previsto que hacer. Hacía 4 meses meses que estaba en paro, y menos mal que tenía algo de dinero ahorrado que me permitía poder sobrevivir un tiempo. Afortunadamente no tenía a nadie a mi cargo.
Decicí hacerme un bocata y largarme para el interior de Cantabria, yo vivo en la costa. Tenía ganas de apañar unas ricas castañas o recoger unas setas, que tanto me gustan, por algún monte perdido. Iba sin un rubo determinado.
Observé un bosque mientras conducía y busqué un sitio para dejar el coche e introducirme en la espesura arbórea. Desde que los móviles tienen GPS no me preocupa caminar por el bosque mirando al suelo sin tomar referencias. Saco fotos para el facebook, apaño avellanas o castañas, recojo setas. Cualquier cosa es buena para pasar una mañana tranquílamente en la naturaleza.
Cuando llevaba cerca de dos horas caminando y quise saber donde me encontraba para ir volviendo...
-¡Mierda! Me he quedado sin batería en el móvil.-Exclamé.
Estaba convencido de haber iniciado la ruta con la batería a tope, pero por mucho que lo intenté aquel aparato no se encendía.
-Caminaré pendiente abajo para llegar al fondo del valle, allí estará la carretera. -Me dije a mi mismo.
Comencé la bajada malhumorado por mi mala suerte hasta que llegué a un claro. En mitad de un prado verdísimo había una cabaña de piedra que daba muestra de estar habitada. Salía humo de su chimenea.
Un enorme mastín me saludó con tres ladridos. El movimiento de su cola al acercarseme delataba su plan amistoso. Al llegar a mi altura adelanté mi mano y acaricié su cabezota. Él se puso a mi lado y me acompañó mientras yo me acercaba a la cabaña.
La cabaña tenía dos pisos, el de arriba tenía un balcón de madera, y por su morfología pude adivinar que abajo estaba la cuadra y un portal con escalera interior para subir al piso superior.
La parte de arriba de la puerta del portal estaba abierta, y antes de llegar a la puerta ya escuchaba que alguien estaba trabajando la madera con una lima.
- Güen diya señor - Saludé.
Un señor con barba giró la cabeza hacia donde yo estaba y sin dejar su postura de trabajo contestó:
- Güen diya mozu, pase y sientese, hace mucho que no tengo visitas - indicó señalándome con la vista un banco de madera.
- Gracias señor, pero solo quería preguntarle por donde bajo mejor a la carretera- le dije.
- !Sientese un poco hombre¡ Enseguida le digo, tengo que acabar esta pieza- me dijo amablemente.
Pasé la mano por dentro de la puerta y abrí por dentro la parte inferior de la puerta del portal. Una vez dentro me senté en un hermoso banco de madera. Mis manos tocaron la vetas de aquel precioso banco.
Aquel señor, que parecía bastante fuerte, trabajaba de frente a una ventana y el resto del portal estaba en la penumbra. En una esquina había un llar con un enorme tronco encendido. Las llamas alumbraban tenuemente el interior. Poco a poco mis ojos fueron acostumbrándose a escasa luz pudiendo distinguir que aquél portalón estaba rebosante de estanterías llenas de juguetes de madera.
- ¿A qué se dedica usted, señor?- le pregunté.
- Yo me dedico a hacer juguetes ¿No lo ves? Si quieres ver más entra en la cuadra- y con su mirada me indico la puerta de la cuadra.
Sin pensarmelo me levanté y traspasé aquella puerta. Ante mi descubrí varias filas de estanterías todas llenas de juguetes de madera sin orden aparente. Entre fila y fila de estanterías había una ventana que permitía ver perfectamente casi todo. Abajo tenía cunitas, caballitos, carricoches y carriviros. En medio juegos de madera, tableros de damas y parchís, casitas y muñecas, todo ello de colores. En lo alto de las estanterías estaba lo más pequeño, trenecitos, cochucos, camioncitos y figurillas de animales e instrumentos.
-¿Te gusta? - me preguntó desde el umbral de la puerta de la cuadra.
- Me encanta, sobre todo los trenes y vagones- contesté.
- Coge uno que te guste y ven para acá - me pidió desde el portal.
Cogí uno al azar ya que todos me gustaban por su sencillez y volví al portal. Nada más entrar me ofreció una taza.
- Es té- me dijo.
- Gracias Señor, me encanta el té - confesé.
Parecía que aquel hombrón conocía mis gustos.
- Guarda el tren en tu mochila, no vayas a olvidarlo. Te lo regalo- asentó con la cabeza.
- Gracias señor- agradecí mientras me quitaba la mochila para guardar el juguete.
Saqué mi bocata para colocar bien el tren dentro de mi pequeña mochila.
- ¿De qué es el bocadillo? - me preguntó al verlo.
- De queso- contesté.
- ¿De queso? Me encanta el queso, hace semanas que se me acabó el último y mi vaca está secándose ya que pronto parirá- se explicó.
- ¿Lo quiere?- le pregunté alargando mi mano y ofreciéndoselo.
- Si gracias- asintió alargando sus manos y cogiéndolo con ambas con mucha delicadeza.
- Usted me ha regalado un tren. Es lo menos que puedo darle- me justifiqué.
Aquél hombretón lo desenvolvió con cuidado y le pegó un buen bocado. Yo, mientras miraba como masticaba con gusto, sorbí el té cogiendo la taza con mis manos. Fueron unos momentos de silencio, mientras el señor degustaba mi bocadillo de queso, yo tomaba aquel té maravilloso. No hablamos nada hasta que ambos acabamos la degustación.
- Estaba buenísimo, gracias - dijo cuando lo terminó.
- Gracias a usted por el té, por el tren y por su hospitalidad. Pero ahora tengo que irme. ¿Por donde llego primero a la carretera?- le pregunté.
- Sígame y le indico- respondió.
Abrió la puerta inferior del portal y señalando con el dedo me dijo: - El camino está por aquél castaño, solo hay que seguir la cambera y llegaras a la carretera en un santiamén.
- Gracias. ¡Por cierto! ¿Para qué quiere tantos juguetes? - le pregunté.
- Para dárselos a los niños en Navidad- me contestó sonriendo.
- Ah - dije sorprendido.
- Pues bueno Victor hasta pronto- se despidió.
Yo no recordaba que en ningún momento le hubiese dicho mi nombre.
- ¿Como dijo que se llamaba usted?- le pregunté curioso.
- No se lo he dicho, pero mi nombre es Esteru- afirmó.
- Vale, pues hasta otra, señor Esteru- me despedí desde la calle levantando mi mano.
No recordaba porque me sonaba aquel nombre, y no lo recordé hasta que en diciembre vi las primeras luces de Navidad.
- ¡Esteru! ¡Pero si es el hombrón que trae regalos a los niños de Cantabria en Navidad! ¡Que bromista aquel señor! ¡ Menuda vacilada que me ha metido!
Un día nevado de enero, después de las fiesta de Reyes, volví al lugar. Desandé la cambera desde la carretera con prisa. Cuando atravesé el bosque llegué al claro. Entre la niebla y la nieve que caía pude adivinar el bulto de la cabaña de piedra. Corrí hacia ella. Cuando llegué solo pude ver las ruinas de una cabaña caída desde hace muchísimos años. No me lo creía y rodeé las ruinas corriendo. El claro era el mismo, la cambera era la misma, el lugar era el mismo, pero la cabaña estaba convertida en viejas ruinas. En ese momento recordé el tren que me regaló Esteru. Volví a bajar corriendo hasta el coche y busqué la mochila que aquel día de noviembre usé. Aun la tenía en el maletero y dentro encontré mi tren de madera.
Saludos ñeros
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