El mito se desvanece. Franco no convenció a Hitler de que España debía abstenerse de entrar en la II Guerra Mundial. Fue el Führer quien creyó que su colaboración podía ser un lastre
El pasado 23 de octubre, se cumplió el 70º aniversario de la famosa reunión celebrada entre Franco y Hitler en la estación fronteriza de Hendaya. Fue la única ocasión en la que el Caudillo vio personalmente al Führer para poder agradecerle efusivamente la ayuda prestada por el dictador alemán durante la Guerra Civil. La reunión -incluida una cena de gala- duró nueve horas y su único resultado tangible fue un protocolo secreto redactado por los alemanes y acordado con los Gobiernos italiano y español en el que España se comprometió a intervenir en la guerra contra Inglaterra después de haber sido provista de la "ayuda militar necesaria para su preparación militar". Como contrapartida, Alemania facilitaría ayuda económica, alimentos y materias primas al régimen español, autorizando la "reincorporación de Gibraltar" a España y compensando el esfuerzo bélico del país con la cesión de unos "territorios en África" sin determinar.
Pocos años después comenzó la construcción de la leyenda de Hendaya por parte de los dirigentes del régimen y sus hagiógrafos, una leyenda que se iba convirtiendo en un pilar esencial del mito fundacional del franquismo. Según esta leyenda, fue la astucia de Franco la que le permitió resistir ante las presiones del dictador alemán para que España entrara en la guerra al lado del Eje. Haciendo gala de una hábil prudencia, el Caudillo supo parar las pretensiones del Führer y así salvaguardar la libertad de su país e impedir la catástrofe que hubiera supuesto un nuevo compromiso bélico. La construcción de esta leyenda se culminó con un éxito notable, pues todavía hoy día, y pese a las aplastantes pruebas aportadas por los historiadores en sentido contrario, la idea de que, gracias a una jugada táctica genial, Franco sacó a España de la II Guerra Mundial, es casi vox pópuli. Una parte no insustancial de este éxito se debe a las potencias occidentales a cuyos Gobiernos, en tiempos de la guerra fría, esta leyenda vino bien para justificar la incorporación de la dictadura franquista como nuevo aliado en el frente anticomunista, en lugar de eliminar este vestigio obsoleto del pasado fascista.
La verdad fue otra, el mariscal Pétain, presidente de la Francia colaboracionista, quiso demostrar que la confianza que Hitler depositaba en él y su régimen estaba justificada: en septiembre, las tropas de Vichy rechazaron un intento de ocupar Dakar por parte de los británicos y franceses de De Gaulle. Hitler estaba convencido, por tanto, de que si cedía ante las exigencias de Franco pagándole su entrada en la guerra con el traspaso -una vez ganada la guerra- de territorios hasta entonces franceses en África, esta concesión iba a provocar la masiva deserción de las tropas francesas en aquellos territorios coloniales y el inevitable avance de los británicos. Mussolini compartía totalmente esta valoración.
En Hendaya no hubo, por tanto, ninguna presión directa con el fin de forzar a Franco a entrar en la guerra. Su mensaje era claro: todo lo que obstaculiza la consecución y puesta en práctica de esta entente bajo la hegemonía de Alemania perjudicaba a la guerra y retrasaba la victoria final. De ahí también el tremendo enfado del Führer al salir de su reunión con Franco -a Mussolini le dijo que prefería que le sacaran tres muelas antes de tener que estar otra vez nueve horas con Franco-. ¿Cómo podía un don nadie, que le debía a él su puesto, insistir en unas reivindicaciones territoriales a sabiendas de que la realización de las mismas tenía necesariamente que resquebrajar la alianza con Vichy y, por consiguiente, ayudar al enemigo?
Paul Preston está en lo cierto cuando afirma que si la España franquista no entró en la guerra, no fue el resultado de ninguna genial estrategia para evitarlo: quedó fuera porque Franco tuvo suerte. Suerte porque en septiembre y octubre de 1940 Hitler, todavía en la cúspide de su poder pero inquieto porque Inglaterra se le estaba resistiendo, estaba convencido de que Pétain le ofrecía mucho más que Franco. Sin embargo, la suerte redujo su participación militar activa al envío de los casi 50.000 soldados de la División Azul con el uniforme de la Wehrmacht al frente del Este.